Ahí andábamos de luto siempre las tres 
Haciéndola de viudas tristes por la vida 
  Una la sombra de la otra y la otra de sombra de la otra otra. 
Con los hombros pegados, marchando al unísono. 
Pellizcándonos para no reírnos. 
  12/11/10 (es viernes). 
No es la cuesta de enero, es mi espíritu amoratado. Es una bocanada de aire atorada en el gaznate, un bulto espeso en la traquea que la expande y la expande pero no la quiebra. Pica en la nariz, me apachurra la frente, me aprieta la mandíbula y empuja por los ojos las verdades en forma de agua; las verdades en agua; un caldito de verdades. 

Es eso.

Es aire.

Un hueco. Un territorio mudo dónde no hay preguntas, no hay secretos ni malentendidos. Es la realidad de frente, un chingadazo anónimo en las corvas de mis dos rodillas que me azota contra el suelo. Caigo de espalda y me retumban los sesos y de pronto todo es rojo, un instante rojo y un zumbido.

Es eso (y repito que es eso, porqué no se que es), al piso que danzaba de pronto se le antojo quedarse quieto y jugarme a los encantados, retarme a ver que quién se mueve primero. Ya no son pequeños vuelcos en la realidad, tan emocionantes como cotidianos, sobre-dramatizados, ya no son pequeñeces que se antojan tomarse en serio para no aburrirme, para no cansarme, para variarle. Es el presente irremplazable, parado ahí sin rostro, etéreo, aguantándose la risa. 
Lo quiero pellizcar pero no tiene cuerpo; no tiene nombre. 

Es un gallo gallina pollito. Gallo: me levanto, gallina: camino, pollito, 
¿dónde está mi pollito? La quiero ver.

Es rabia, rabia que se me encaja en los hombros por nada, contra nadie, 
es rabia y ya. La mecha la traigo más corta.

No es una lección, es la falta de lecciones, se me para enfrente para que le enseñe algo, aunque sea los calzones. Es la muerte ingenua que hace sin preguntar, que desamarra nudos sin perdonar, sin agraviar y sin malas intenciones. Es el miedo a abrir la boca para decir algo en serio. Es postergar cualquier tipo de introspección. Es esperar a que el techo se me caiga encima y me recuerde para que lo necesito.

Es la necesidad de que se formen todos afuera de mi cuarto y vengan uno a uno a aplastarme, a hacerme la muerte del sapo para sentir que se me acaba el aire y entonces, sólo entonces, patalear porqué necesito desesperadamente respirar, es desear con ansias el anhelo de un bocanada de aire.

Es la falta de aspirinas metafísicas. Dije falta, no necesidad - no quiero testigos de Jehová tocándome la puerta.-

Es la búsqueda constante de un equilibrio que lo explique todo, que me agarre la mano y me enseñe otra vez a mover el lápiz, a rellenar una silueta sin salirme de la rayita.  Es asomarme por la ventana todos los días esperando encontrar nuevamente las preguntas que me mantengan inquieta, que me animen a confundirme, a desconocerme y a pararme para seguirme buscando.

Es plantarme enfrente de un espejo por horas para recoger mis gestos y adueñármelos otra vez, reclamármelos. Es pedir un borrón y cuenta nueva a pulmón abierto. Es gritar y gritar necia, hasta estrellarme contra el eco de mis quejidos cobardes, que se vuelven la voz de una esquizofrenia que repite: Cobarde, cobarde, cobarde,  no hay borrones en éste mundo, límpiate la cara y vete a trabajar.

Es entender porque los alcohólicos se cogen de las manos y repiten entre círculos mal hechos y porras optimistas “un día a la vez! un día a la vez!”, porque el futuro es abrumante, alargar los años es alargar la perdida, la silla vacía, el hueco en la foto. Es un ir venir en el tiempo que cansa sin recorrerlo.

No te hablo de frente, porque no tengo un fuerte en dónde recargarme, no tengo piso, me lo quitaron. No tengo una fuente fidedigna para resguardarme, para fingir que estoy dando la cara. No tengo cara. 

Pero no me tomes en serio. Es nada más un duelo. Uno entre cientos de millones, no soy ni la primera ni la última, finalmente todos estamos juntos en esto.

Es más, finge que esta conversación nunca sucedió.

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